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domingo, 30 de enero de 2011

Música Tibetana

 
¿Qué son los sonidos de insólita riqueza y profundidad? ¿Qué son esas voces guturales, de un aliento que se diría sobrehumano, puesto que sin pausa alguna pasan de un recitativo noble a una línea melódica que incluye en sí misma una armonía? ¿Qué son esos instrumentos de viento de enorme potencia, que interrumpen y continúan un canto de inigualada nobleza y que conducen al oyente a insospechados horizontes musicales, mientras los instrumentos de percusión rompen y sostienen a trechos esa frase interminable? ¿Qué es ese conjunto orquestal, desconcertante en el sentido etimológico del término, en el cual aún en el profano advierte una disciplina y un rigor tan severos que nada se deja al azar?
Es la secular música de los budistas del Tíbet, esa región de la China a la que suele llamarse "el techo del mundo" y donde se desarrolló una de las civilizaciones más asombrosas de la humanidad. En los macizos montañosos más altos del planeta, cuya altitud nunca es menos de tres mil metros y que alcanzan cumbres de más de siete mil, la única zona relativamente hospitalaria se encuentra entre el Himalaya y las cimas del Transhimalaya, en una planicie cuya altitud media es de cuatro mil metros. Estos dos geográficos pueden ser útiles para apreciar algunos aspectos de la cultura tibetana. Antes de la modernización de la región y de la construcción de carreteras emprendidas por los chinos entre 1950 y 1960, desde Lhassa, la ciudad más importante del Tíbet, se tardaba en caravana varios meses, incluso un año, en llegar a Pekín, pese a lo cual "el techo del mundo" se enriqueció durante muchos siglos con el aporte de otras civilizaciones.
Aunque la población del Tíbet es heterogénea desde el punto de vista étnico, considerada en su conjunto es típicamente mongola. La región ha estado en contacto, por el oeste, con India, Irán e incluso Grecia; por el norte, con las poblaciones turco-mongolas; por el este, con la civilización china de los Han; y por el sur, el norte y el este, con poblaciones en las que la tradición búdica se había implantado ya, es decir Nepal, Khotan y Yunnan.
El budismo, que llegó al Tíbet durante los siglos VII y VIII de nuestra era, proveniente del norte de la India, estaba ya impregnado (del sánscrito "tantra" que originalmente significó trama de un tejido y, posteriormente, doctrina y norma). En el Tíbet, el budismo reemplazó gradualmente a la antigua religión local llamada "Pon" que, con diversas formas, se había difundido ampliamente en el Asia Central, desde los confines orientales del Irán hasta China; esa religión tenía algunas similitudes con el tantrismo, y el budismo se mezclaron formando una antigua religión tibetana llamada "religión de los hombres", en oposición a la "religión de los dioses", lo que dio al budismo tibetano un carácter original.
Ese budismo tántrico, que se extendió a través de los Himalayas a los países limítrofes del Tíbet -Nepal, Bután, Sikkim, Kaddak, además de ciertas religiones de Bengala occidental y de la India- iba a crear una de las formas musicales más originales que hayan existido en el mundo.
Los orígenes y la historia de la música búdica tibetana no han sido estudiados a fondo todavía. El presente artículo se basa en datos recogidos durante una encuesta de ocho meses realizada en Nepal.
Se trata de una música extremadamente sutil y compleja, indisociable de las tradiciones antiguas de cuyo significado está impregnada. Además, en lo esencial se haya destinada a la vida espiritual. Ya sea vocal o instrumental, requiere no solamente un conocimiento perfecto de los textos transmitidos por tradición oral, sino además un alto nivel de virtuosismo en la interpretación.
Íntimamente ligada a la tradición, la música desempeña un papel importante en la vida de la comunidad monástica. Los monasterios en el sentido occidental del término, es decir escuelas de música que dispensan a los monjes una formación musical de alto nivel, organizan conjuntos vocales y orquestales, y mantienen una estética y unos medios de expresión particulares cuidadosamente codificados.
Los instrumentos, tanto de viento como de percusión, son de origen local y extranjero. Alguno de ellos, como la caracola o DUNG KAR, trompeta fabricada con la concha de un gran caracol blanco que se pesca en la costa oriental del Hindostán, son originarios de la India. Dicho instrumento es el que, según el libro sagrado "Bhagavad Gita", emite "ese ruido formidable que sacude el cielo y la tierra", y exige de quien lo toca un oído sumamente fino y pulmones poderosos. De origen indio son también la campanilla y el tambor en forma de clepsidra, el DAMARU del dios Siva.
Otros instrumentos parecen de origen tibetano: la trompeta fabricada con una tibia humana o KANG LING, y el CHODAR, tambor formado por dos cráneos humanos y con bolas batientes. La influencia del Irán, ya sea directa o a través de la India, está presente en una esp  ecia de oboe, y la influencia china en los címbalos.
Es difícil señalar el origen de otros instrumentos, pero lo probable es que la música búdica tibetana, como el propio budismo del Tíbet tomará elementos de diversa procedencia al mismo tiempo que conservaba algunas características antiguas propias de la civilización local.
En una tradición musical tan impregnada de religión como la tibetana no siempre es fácil definir con precisión lo que se entiende por música religiosa. Elementos religiosos importantes y aún esenciales se encuentran, por ejemplo, en la gran epopeya nacional tibetana Giber de Ling (llamada "La Iliada del Asia Central"), así como en el teatro secular de Lhamo, e incluso gran cantidad de cantos populares recuerdan temas inspirados directamente por la religión.
Entendemos por música religiosa la que se designa con el término tibetano de ROLMO, es decir la música vocal o instrumental que acompaña la celebración de diversos ritos. Ejecutada exclusivamente por los monjes, como se ha indicado ya, se distingue de otras formas musicales tradicionales del Tíbet por su técnica vocal, por la composición de la orquesta, por las leyes que la rigen y por su simbolismo.
Esa música se ejecuta dentro y fuera de los monasterios. En las lamaserías acompaña las ceremonias religiosas, particularmente en las salas reservadas a la oración y, a veces, algunos ritos que se celebran en el patio. Se la ejecuta como señal para que los lamas den comienzo a su meditación en sus respectivas celdas o para efectuar ofrendas a ciertas divinidades. En este último caso, se la toca en el techo del monasterio para que pueda ser escuchada a distancia.
Fuera del monasterio, se la interpreta en los hogares privados con ocasión de nacimientos, matrimonios, fallecimientos u otros sucesos, o cuando alguien quiere hacer "méritos" para alcanzar una reencarnación mejor. También se la toca en procesiones, para recibir visitas de importancia o, simplemente, para estudiar los instrumentos cuyo sonido, generalmente muy fuerte, podría molestar a otros monjes que oran o estudian en el monasterio.
Igualmente se interpreta esa música fuera del monasterio o en el patio del mismo para acompañar las danzas religiosas de máscaras, o CHAM, ejecutadas exclusivamente por los monjes y que representan, con episodios humorísticos, el triunfo del budismo sobre la religión tibetana precedente.
En todo caso la orquesta sólo comprende instrumentos de viento y de percusión. Además de la caracola y de la trompeta de hueso ya indicadas, existen trompetas de cobre o de plata, trompas de hasta cuatro metros de largo, del mismo metal, y una especie de oboe tibetano de forma cónica.
Los instrumentos de percusión consisten en dos pares de címbalos, uno de los cuales lleva el mismo nombre de la música de que estamos tratando, ROLMO; dos gongs, uno de ellos más fino y pequeño; un gran tambor de cerco, cuyo diámetro puede alcanzar la altura de un hombre y que se toca con una maza; un tambor vertical, más pequeño, que se toca con un palillo en forma de hoz; los dos tambores señalados anteriormente -el CHODAR tibetano y el DAMARU de la India-; una campanilla y dos discos de metal, llamados TING SHA, sujetos por una cuerda.
En los grandes monasterios se emplean a veces, además de estos instrumentos corrientes, una trompa de proporciones gigantescas, que amplifica el sonido de manera impresionante, y cuyas diversas secciones se enchufan una dentro de otra, diversos tipos de trompas, asimismo gigantes, una flauta horizontal, gongs y una enorme campana.
Todo es simbólico en esta música, así los instrumentos como los sonidos que emiten. En ciertas tradiciones monásticas, por ejemplo, el sonido de las trompas simboliza la vos de un grupo de divinidades agresivas, mientras que el de los oboes corresponde a la voz de las divinidades pacíficas.
En el libro de los Muertos en el Tíbet, el "Bardo Thodol", se establece una relación entre el sonido de los instrumentos y los sonidos interiores que sólo pueden escuchar algunos lamas que han desarrollado en alto grado la práctica de la meditación.
Se trata de un ejercicio espiritual según el cual el conocimiento no es únicamente visión, sino percepción auditiva. La campanilla simboliza al mismo tiempo la Sabiduría (o conocimiento) y el poder sagrado de la palabra. La forma de la campanilla, vista perpendicularmente de arriba a abajo, recuerda la de un MANDALA, o sea la figura geométrica que representa el mundo.
Por parte la orquestación misma de la música tibetana está determinada por la relación que existe entre cada instrumento y las divinidades pacíficas corresponden los oboes, la caracola y un par de címbalos. A las combativas, cuya misión es defender la libertad y exterminar a los espíritus enemigos, la trompeta corta y los címbalos ROLMO. Las trompas y tambores están asociados a ambos grupos por igual.
Generalmente es el director de orquesta el que toca los címbalos, de los cuales depende, en gran medida, la relación entre las artes ejecutadas por los diferentes instrumentos. Asimismo, él es quien dirige la ceremonia, el canto y la recitación del rezo y quien marca el "tempo" de la ejecución.
Mientras más importante es la circunstancia, más lenta es la interpretación musical. Esta variabilidad puede modificar la parte melódica de los oboes. Por tal razón, los aboístas deben calcular según el "tempo" indicado sin previo aviso por el director, en qué nota deben detenerse cuando la ejecución orquestal toca a su fin, y la duración que debe tener una nota dada para terminar al mismo tiempo que la orquesta. El resultado es que rara vez son idénticas dos interpretaciones, y la relación entre rigor y flexibilidad, entre las normas precisas y la obligación de improvisar constituye una de las características de la música religiosa tibetana.
En libros de ciertas órdenes religiosas unos signos especiales indican la intervención de los instrumentos musicales, pero esos signos pueden cambiar de un monasterio a otro. En cambio el oboe, los tambores en forma de clepsidra y las campanillas no están indicadas con signo alguno.
También existe una notación para un tipo particular de música vocal llamado YANG, que figura en los libros de oraciones especiales (YANG-YING) y que a menudo varía de un libro a otro. En ellos se indican más bien la altura del sonido que las variaciones del volumen, que es de muy débil amplitud, y algunos detalles de la emisión de la voz. En esas anotaciones se utiliza a veces tinta negra y roja, ésta última reservada a las partes del texto que deben ser cantadas por el monje solista, que es quien dirige la ceremonia.
En realidad, no habría podido descifrarse la notación musical del budismo tibetano sin la ayuda de la tradición oral, y aun así quedan por descubrir muchos aspectos de la práctica musical, ya que la notación solamente sirve como una ayuda mnemónica y, en menor grado, como auxiliar para el estudio.
El canto YANG (que consiste en una línea melódica, perfectamente ininterrumpida) está determinado por una emisión gutural profunda de la voz, en la que la interpretación silábica del texto es sumamente lenta. Es este canto el que, acaso más que el acompañamiento orquestal, produce en el oyente menos avisado esa impresión singular de entrar en un mundo diferente, más allá de las apariencias sensibles; y es que el YANG, como señala un comentario tibetano, en un intento de comunicarse con los dioses, y uno no se dirige a la divinidad de la misma manera que a los seres humanos. Pero en este estilo singular de canto nada queda abandonado al azar: todo obedece a reglas que exigen del intérprete una maestría total.
Los cantantes comienzan en la adolescencia a ejercitarse en la emisión gutural y profunda de la voz. En algunos monasterios, la modificación de la voz humana llega a extremos que parecen lindar con lo imposible. Se trata tal vez de una práctica vinculada con la religión tántrica en el cual cuanto más graves son los sonidos, más inmateriales y cercanos al silencio se vuelven. El resultado es sorprendente: los cantantes, al mismo tiempo que emiten la nota tonal, producen un sonido armónico, como si la voz se orquestara en sí misma, como si cada ejecutante fuera un coro. Sin embargo, esta técnica vocal no es exclusiva del Tíbet; se la encuentra también en Mongolia y en algunas regiones de Siberia (N. de Música Global).
Este fenómeno musical corresponde a una concepción estética que no se basa en un conjunto de nociones más o menos homogéneas, sino que parece surgir de la práctica musical íntimamente relacionada con la teoría religiosa.
La música de los budistas tibetanos, por lo demás, presta poca atención a la teoría estética; en cambio, es inseparable de la idea de la buena ejecución que exige el respeto de las normas establecidas y un sentido musical sobremanera refinado de los intérpretes, lo cual se manifiesta en la calidad del sonido vocal o instrumental y en la exactitud de las relaciones entre ambos.
Los monjes consideran que la música es un medio de expresión espiritual y que se toca exclusivamente para los dioses. El hecho de que los músicos, extremadamente sensibles a la perfección técnica, tengan conciencia de la función de su arte y experimenten una satisfacción y un interés profesionales no está en contradicción con el carácter de la música, sino que garantiza la permanencia de una tradición cuyo origen y naturaleza se consideran esencialmente celestes.
Ivan Vandor

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